“No sé si alegrarme o entristecerme, porque me parece que la
ola de turismo español por el extranjero, es una de las cosas mejores y más
difíciles del mundo. Siento tanta estima hacia el viajero- viajero como
compasión hacia el turista-turista.
No es lo mismo, desde luego, aunque muchos lo confundan. El
viajero va por el mundo como quien lee un libro; el turista, sólo como quien ve
la televisión. Por los ojos de ambos desfilan calles y personas, pero si para
el viajero se de adentran por el camino del alma, para el turista simplemente
desaguan por el agujero de la diversión.
Creo que Goethe lo precisó muy bien: < El que corre mundo
sin perseguir grandes fines estará mucho mejor en casa.> El verdadero
problema no está en dónde se viaja, sino en para que se viaja. Y así es como
los viajes “favorecen a los sabios y perjudican a los necios”.
El que viaja con el alma abierta, sin prisas, con la vista
preparada, habiendo conocido primero en los libros ciudades cuyas calles
recorrerá, ese puede llegar a tener tantas almas como nacionalidades visite.
Ése descubrirá que el viaje estira las ideas y encoge los prejuicios, alarga la
comprensión y reduce el egoísmo. El que, en sus viajes, prefiere las gentes a
las calles, las calles a los teatros, los teatros a los espectáculos idiotas,
ése tiene la posibilidad de regresar mejor de lo que partió. El que viaja para
admirar y no para pasarse las horas repitiéndose que ‘ como en España, ni
hablar’, o que ‘comidas, mujeres y sol como el nuestro no lo hay’, ése tal vez
logre salir verdaderamente de esa primera página del mundo que es todo país natal y que, por muy hermoso que
sea, es solo la primera página.
No basta viajar, desde luego. Hay que saber hacerlo. Y eso no
lo enseñan en Bachillerato. Creer que los viajes enseñan por el hecho de
hacerlos es olvidar aquello que decía humorísticamente Rusiñol: Si fuera cierto
que los viajes enseñan, los revisores serían los hombres más sabios del mundo… “
No hay comentarios:
Publicar un comentario