Y llego el día en el que por fin
empezamos a subir escalones para llegar a la cima de nuestro destino: Burkina
Faso.
Después de muchos ánimos,
abrazos y despedidas llegan las 12:07h de la mañana, hora en el que cogemos el
primer vehículo, entre muchos, para poder aterrizar en el país.
Lo que más me ha sorprendido de
estos días es el cariño y el apoyo que nos han dado todas las personas, al
igual que la implicación que la población ha mostrado ante esta causa.
En el avión he vuelto a recordar
la sensación de despegue que se había quedado guardada en el fondo de mi
memoria. Una sensación de vacío y de libertad, de agonía y tranquilidad, de
nervios y de paz. Donde todo desemboca en ganas de vivir, de continuar.
La primera impresión en el
aeropuerto ha sido la igualdad entre todas las nacionalidades que convivíamos
en ese momento. Sin desprecios, malos gestos, ni inferioridades. El aeropuerto de Casablanca estaba en unas
condiciones diferentes a los aeropuertos que había estado hasta el momento.
Las vistas desde el avión: poca
urbanización, poco espacio de ciudad. Rojo y verde. Verde y rojo.
A las 12:10, después de dos
trenes, un autobús, un avión, dos buses más y un último avión llegamos a
Ouagadagogou. Salimos del aeropuerto. Primera visión del exterior. Dos hombres nos esperan. Las calles están
solitarias y oscuras. Lo único queda a estas
horas son los vicios y los males de la noche en la gran ciudad, como toda gran
ciudad.
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